En los niños, la detección precoz de una patología visual o de un defecto refractivo es de vital importancia, dado que es en esta etapa de la vida cuando se desarrolla el sistema visual, pudiendo afectar al rendimiento visual del paciente en la edad adulta.
Se entiende como sistema visual aquel conjunto de estructuras que permiten transformar la luz del espectro visible en impulsos nerviosos que el cerebro pueda interpretar. Se trata de un proceso extremadamente complejo, que requiere no solo de una buena recepción de la imagen a través del ojo, sino de una canalización y coordinación correcta entre ambos ojos, para que el cerebro pueda llegar a crear una imagen con relieve, en 3D. A partir de ahí, el sistema visual será capaz de crear un mapa mental tridimensional de nuestro entorno. Este proceso de maduración comienza desde la misma formación del ojo en el vientre de la madre y, aunque desde los 5 o 6 años de edad ya podemos tener una agudeza visual del 100%, no será hasta los trece o catorce años donde el sistema visual está estructurado de manera similar al de un adulto.
Dado que en muchos casos los niños no son capaces de expresar los síntomas que padecen, es necesario que los padres, antes de percibir cualquier signo de alarma evidente, lleven de manera periódica al niño a realizar exámenes visuales completos.
Mediante estos exámenes visuales, el especialista será capaz de diagnosticar y tratar cualquier patología visual, corregir errores refractivos, indicar una posible cirugía de estrabismo o el tratamiento mediante terapia visual, según sea el caso.
Un paciente será considerado pediátrico desde su nacimiento hasta la adolescencia, pudiendo establecer diferentes edades en las que revisar su estado visual, prestando especial atención a los defectos refractivos como miopía, hipermetropía y astigmatismo, así como a posibles alteraciones de la visión binocular debido a un estrabismo o una ambliopía (ojo vago).